Mi trabajo no es como el de otras personas. Y es que no todo mundo se dedica a hacer entregas a domicilio. En cualquier otro trabajo la gente seguramente se la pasa contando los minutos para poder salir de trabajar. En realidad no los culpo ya que el trabajo para muchas personas se vuelve una rutina bastante opresiva. Especialmente si se hace un trabajo que no se quiere hacer. Con esto no estoy insinuando que mi trabajo es una maravilla, por el contrario, es sólo que siento que es más dinámico que algunos otros, o al menos eso es lo que creo.
Usualmente me la paso conduciendo por los suburbios del norte de la ciudad de Chicago. Son suburbios de clase media alta, y muchos otros definitivamente de clase alta. Los habitantes de dichas zonas son lo que se puede considerar la burguesía. Muchos de ellos son doctores, abogados, escritores; gente que de algún modo u otro ha acumulado cierta riqueza y ha subido a cierta jerarquía social. Sin embargo, muchos de ellos consumen enormes cantidades de drogas. La lista es infinita. Las drogas van desde antidepresivos hasta pañales, o simplente pastillas para el dolor. El último de estos ha aumentado bastante en los ultimos años, al parecer a todo mundo le duele algo. O quizás su vida es tan "miserable" que tienen que simular algún tipo de dolor para poder sobrellevarla. Tal vez haya algo de verdad en aquel dicho que dice que el dinero no te puede brindar felicidad, al menos no del todo.
Tal fue el caso del señor Everity hace unos años atrás. Ya era tarde. Estaba haciendo mi penúltima ronda de entrega de medicinas a domicilio. Andaba a las carreras. Usualmente así ando siempre, pero en ése entonces solía estar más ocupado que de costumbre. No era la primera vez que iba a la casa del señor Everity. Su casa siempre me ha gustado. Está situada en una calle pequeña llamada Westmoor. De hecho, su casa está bastante escondida. Hay muchos árboles por esa área. Para poder entrar a la casa del señor Everity se tiene que recorrer un pasillo largo cubierto de árboles en los costados. El asfalto de su corredor para carros ya está desgastado, se desmoranaba la última vez que estuve ahí. Al fondo del corredor se ven árboles alineados de manera caprichosa y luego el corredor dá un giro a la derecha; también con árboles en los costados pero de otra especie de árboles, una especie que sólo los ricos pueden tener. Una vez que se ha cruzado dicho corredor el camino de asfalto hace una vuelta, en un círculo completo para que los carros puedan dar la vuelta y regresar por donde vinieron. También hay una cancha de tenis con un alambrado alrededor bastante oxidado. El suelo de la cancha en algún tiempo fue verde, probablemente en los años mozos del Sr. Everity. El terreno completo de la propiedad del señor Everity es bastante grande. Tan grande es que tiene 2 garages para sus autos, y además, una casa para los sirvientes. En general, la casa del Sr. Everity no es muy ostentosa. En el fondo su casa me gusta. Es de 2 pisos. La fachada es como de mampostería retocada con algún otro material caro. Los ductos por donde corre el agua del techo son de cobre. Lo puedo saber porque están descoloridos y han manchado la pared de un color verde opaco. Estoy seguro que el Sr. Everity invirtió bastante dinero cuando hizo su casa. La puerta de entrada es de madera y es enorme, quizás dos veces mi tamaño. Tiene una aldaba de metal bastante grande para que puedan tocar la puerta. También tiene una ventanilla por la cual se pueden asomar desde adentro de la casa, para ver quién es. Si fuese rico, definitivamente me construiría una casa como la del Sr. Everity.
No era la primera vez que entraba a la casa del Sr. Everity. Ya había ido a su casa por lo menos otras 4 o 5 veces, o más. Ya era tarde. Andaba a prisa y toqué la puerta. Salió a recibirme la persona de servicio que atendía al Sr. y la Sra. Everity ése día. Ella era una africana. Lo sé porque ya había hablado con ella anteriormente y me había dicho que era de Camerún, o algún país de África, la verdad es que ya no recuerdo muy bien. El meollo del asunto es que la entrega que llevaba aquel día era una de esas que dentro del ambiente de las entregas a domicilo se le llama "cobro en la entrega". Es decir, cuando se lleva el pedido que hizo el cliente, ahí mismo se le cobra lo que haya ordenado por teléfono. El pedido que haya hecho el Sr. Everity realmente no tiene importancia, pudo haber sido alguna droga antidepresiva, algún narcótico, algún calmante para el dolor, o lo que fuera; el punto es que el tipo tenía que pagar.
La señora de servicio me preguntó que cuánto era y yo yo le contesté la cantidad. Enseguida me dijo que en un instante volvía. Ya era tarde, y yo confiaba en que volvería pronto con un cheque y quizás alguna propina, en realidad no lo sabía. Pero no fue así. La mujer se tardo por lo menos 15 minutos en regresar y fue sólo para decirme que por favor pasara a la casa. Pasé y me llevo a el estudio donde se encontraba el Sr. y la Sra. Everity. La casa de los Everity era hermosa. El piso era de un material el cual llaman terracota y estaba muy brilloso. Las paredes estaban adornados con muchos cuadros de diferentes cosas, había muchos libreros, y muchas cosas. Había vasijas, mesas, sillas, tapetes, unas espadas, pinturas, y al lado derecho de la entrada estaba la cocina. Si algo tenía la casa del Sr. Everity es que era muy acogedora. Me hubiese gustado poder quedarme un día y explorarla, darle un vistazo a los libros, a las pinturas y a todas las cosas que guardaban en tantos libreros que tenían. Sin embargo, ése día no fue así. Una vez que la mujer de servicio me llevó al estudio donde se encontraban el Sr. y la Sra. Everity, los pudé ver postrados en sus sillas respectivas. Unas sillas antiguas, manchadas, desgastadas, pero que en algún tiempo fueron muy bonitas. Ya había estado en ese estudio anteriormente. Me gustaba mucho. Había una chimenea y como me hubiese gustado leer un libro y tomar una copa de vino o de licor sentado ahí frente al calor de la chimenea leyendo algún buen libro. El estudio no era muy grande pero si había varios libreros, quizás cinco o seis, todos repletos de libros. También había cuadros y alguno que otro adorno. Nunca supe a que se dedicó el Sr. Everity en sus buenos tiempos, pero probablemente fue abogado o algo por el estilo porque tenía muchos libros de historia, de ley, de economía y de política. El Sr. Everity era un viejo alrededor de 92 años, a lo mejor un poco más o un poco menos. Su esposa, la Sra. Everity era bastante amable, o al menos así fue conmigo. Siempre me saludo de manera muy cortés. La Sra. Everity también ya era de edad avanzada pero de cierto modo se veía más lúcida que el Sr. Everity. Los sillones donde se encontraban el Sr. y la Sra. Everity aquel día estaban juntos el uno del otro. La señora Everity estaba tomando un vaso con leche si mal no recuerdo. El señor Everity tenia una mesa pequeña en frente suya y en ella se encontraba un vaso con jugo de naranja y un sandwich que se veía bastante apetitoso--quizás de jamón de pavo con jitomate, lechuga y mayonesa, en realidad no lo pude comprobar. A un costado de la señora Everity había una mesa pequeña donde se encontraba lo que parecía un libro de color azul bastante grande para ser un libro. En realidad no era un libro para leer sino una chequera enorme. La señora Everity lo tomó con bastante dificultad ya que se veía bastante pesado; lo abrió, y se lo pasó al Sr. Everity quien estaba bastante ocupado tratando de agarrar su sandwich. La mujer que los asistía le dijo al Sr. Everity que yo estaba esperando y que por favor hiciera el cheque para yo ya me pudiera ir. Yo estaba bastante preocupado porque ya era tarde y el Sr. Everity tenía como prioridad su sandwich y no el hecho de que yo me tuviera que ir. A pesar de que ya me tenía que ir la situación me pareció bastante cómica así que de algún modo el tiempo dejó de ser prioridad. La señora Everity también le pedía al Sr. Everity que por favor firmara el cheque para que yo me pudiera ir, para ese entonces yo ya había estado en la casa de los Everity por lo menos media hora. La señora Everity le extendió el libro de cheques al Sr. Everity para que lo pudiera firmar pero el Sr. Everity estaba completamente concentrado en su objetivo: su sandwich. La mesa donde se encontraba el sandwich no estaba tan lejos; lo que sucedía es que el Sr. Everity en su avanzada edad, no podía alcanzarlo debido a su cuerpo viejo y cansado. El señor Everity extendía sus brazos, como cuando quieres alcanzar algo, o a alguien. No sé si la mujer que lo asistía por compasión tomó el plato donde se hallaba el sandwich y se lo dió al Sr. Everity. Entonces, el Sr. Everity lo agarró con ambas manos y le dió un mordisco. En ese momento yo lo veía cómo disfrutaba su sandwich, gustoso, como cuando un niño obtiene algo que siempre ha querido; como si el tiempo se detuviera y yo, ni la Sra. Everity, ni la asistente existieramos en lo absoluto. En ese instante el mundo sólo consistía del Sr. Everity, de su estudio, y de su sandwich. Después de varias mordidas y de varias frustaciones de la Sra. Everity y de su asistente que le pedían que por favor firmara el cheque para que me lo pudieran dar, el Sr. Everity pusó su sandwich mordisqueado en la mesa pequeña y otra vez, con todo su esfuerzo y voluntad, empezó a tratar de alcanzar su jugo de naranja. Para entonces, la asistente ya estaba bastante desesperada y comenzo a gritarle al Sr. Everity, que por favor firmara el cheque, que yo ya me tenía que ir y que no tenía yo su tiempo. Después, la Sra. Everity se puso a alegar con la asistente, reclamándole a la asistente que no lo gritara al Sr. Everity, que porque ya era un hombre de edad y no sé que tanta cosa. En realidad yo me estaba diviertiendo bastante, me parecía todo como un cuento de caricatura. Despues de 40 minutos o más, de espera, de peticiones, de mordiscos, de esfuerzos, de plegarias, de risas (a escondidas), y de peleas entre la asistente y la Sra. Everity, el señor Everity pudó tomar su vaso con jugo de naranja con la ayuda de la asistente doméstica. Con mucho empeño le dio un trago a su jugo de naranja y lo puso en la mesa de nuevo. Una vez que hizo esto, se recargo en su silla, se detuvo por un momento y con una cara de satisfacción por fin recibio el libro de cheques color azul que le extendia la asistente. Firmo el cheque y me lo dió. No me dieron propina, pero si me dieron una lección muy grande de la vida. Y es que hay prioridades en la vida. Cuando se trata de frivolidades como un cheque, lo importante es satisfacer al estómago primero, sin importar qué o quién. No cabe duda que la felicidad se puede encontrar hasta en un sandwich, especialmente si se está en la recta final de la vida.


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